10 años viajando … ¿En serio?
Andaba unos días rara, dubitativa, como en otro mundo. Algunas noches no podía conciliar el sueño y no sabía qué era lo que me tenía en ese estado meditabundo. Serán los calores que vienen así de repente y me revuelven las hormonas, será esa primavera que se fue y en realidad nunca vino. Serán esos extremos que caracterizan al clima de hoy en día y a mi propio clima interno, propio quizás de mi personalidad o de mi naturaleza geminiana.
Una de esas noches me desperté y dije como de la nada: «madre mía, hace 10 años estaba yendo a Irlanda, mi primer viaje en solitario, ¡hace 10 años ya!»
En ese mismo instante me di cuenta de qué era lo que me pasaba. Estaba llegando a un punto de inflexión en mi vida y yo, sin escuchar a mis adentros, evitaba tener una conversación a fondo con mis agallas. Se había cumplido una década desde que mis pies empezaron a andar por intuición, solos y medio tambaleándose. Empecé pisando con miedo e inseguridad pero con la certeza de que lo que estaba haciendo era lo que más me movía por dentro.
Se habían cumplido diez años desde queme empujaron a seguir mis sueños, desde que conocí a gente de otros países sola por primera vez, desde que probé patatas todos los santos días de mi estancia y desde que me enfrenté a mis mayores miedos.
Irlanda, mi primerviaje sola
Ahí estaba yo en Barajas, cuando se llamaba Barajas a secas, con mi familia y miles de cachivaches para irme a estudiar inglés un mes a Irlanda. Toda la energía y ganas que había acumulado durante el último año del instituto después de todo el estrés de la selectividad, los exámenes y mi propio perfeccionismo académico; parecían difuminarse en esos últimos instantes antes de embarcar en el avión.
¿Qué hago yo aquí? ¿A quién se le ocurrió semejante tontería? ¿Cómo hago yo esto? Mamáaaa, ¿cómo paso por el detector de metalessin vosotros? ¿Cómo sé que de verdad me están esperando allí? ¿Cómo, cómo? Me tiemblan las piernas. Lloro y lloro, aunque sé que voya volver; tal y como hacía de pequeña al irme de mi pueblo cada verano. Lloro porque soy una llorona y no me importa decírselo al mundo, es mi forma de canalizar todo lo que se remueve por dentro. Y ya, no hay de qué avergonzarse.
Pero como ya dije en el mega post de 12 mujeres viajeras de Lápiz Nómada, en el que expuse mis mayores miedos al viajar: «El aeropuerto representaba para mí ese lugar en el que tenía que decir hasta luego a mis seres queridos. Un nudo en el estómago, manos que tiemblan e ilusiones en una maleta llena de jamón serrano y esperanzas. Sin embargo, las ganas podían con todo eso, eran más fuertes que los miedos, siempre lo fueron.»
Resulta que llego, piso tierras irlandesas y no me gusta, me encanta. Me doy cuenta de que sí sé hacer las cosas sola. Conozco a gente de Corea, Italia, Alemania, México… y mi mente explota por momentos con preguntas sobre cómo es su vida allá, cómo son las ciudades, dónde viven…
Me cuesta hablar ese inglés oxidado y españolizado pero eso sí, en gramática, ¡toda una experta!
Resulta que paso uno de los mejores veranos de mi vida y ahí empieza todo, no hay marcha atrás. Ese miedo de primerizalo dejé enterrado en uno de esos cementerios tenebrosos y grises de Irlanda, aunque a veces viene a jugar y yo le digo que se quede allá, entre los juguetes de mi infancia. Otros miedos vendrían después y los iría enterrando a su paso.
Reflexión de viajes, mi punto de inflexión
Y, ¿por qué es este un punto de inflexión? Pues porque hoy en día sigo sin saber si quiero que este sea mi estilo de vida (aunque ya lo es, quiera o no) o seguir haciéndolo a trozos como vengo viajando desde hace unos años, volviendo, ahorrando y yéndome. Dudo porque cada vez la vuelta esmás dura pero llega un momento en el viaje en el que necesito volver. Implosionar para reconectar. Conectar con mis raíces para volar más alto.
Volar porque no encajo del todo y me vuelvo a ir, quizás para desgranar las piezas de mi rompecabezaso para crear un nuevo paisaje con ellas. Porque cuando estoy fuera echo tanto de menos mis tradiciones, mi país, mi gente pero cuando estoy aquí sueño con nuevos destinos y me puede el ansia de volar de nuevo.
Cómo los viajes formaron quién soy hoy
Esa niña que con 18 años cogió un avión, se fue para no volver porque ya no es la misma y nunca lo será. Esa niña que miraba con ojos abiertos cada nuevo color, experiencia y palabra. Cada sonrisa, mar y ciudad. Cada amanecer, cada fiesta, cada risa. Mírala con todos esos miedos internos, mírala ni puede mirar a los ojos de la gente que la rodea, mírala ¡cómo se fue! Mírala, sin ser del todo ella.
Mira cómo va cambiando con cada experiencia, con cada nueva persona que conoce que le abre la mente a nuevos hábitos, aventuras y formas de ver el mundo. Mira cómo se va de Erasmus a Alemania y viaja por Europa como si no hubiera mañana.
Y cuando termina el año de Erasmus visita a casi todas las amigas que conoce allí; desde Polonia a Turquía.
Disfruta de cada mercado, de cada conversación, de cada amanecer y atardecer. Le encanta perderse entre idiomas, desde el merhaba turco hasta eldzień dobrypolaco,aprende algo sobre las declinaciones en checo, dice los números en griego yhasta le llegan a poner un nombre en chino mandarín.
Mira cómo vuelve y no se adapta y piensa en qué hacer. Piensa y busca. Busca y piensa. Estudia otra carrera que le apasiona pero su mente sigue en los viajes.
Su perdición fue AIESEC, esa asociación de estudiantes a la que se unió y que le permitió seguir viajando y abrir su mente como nunca antes; a formas de trabajar, de liderazgo y de gestionar equipos multiculturales. Inspiración pura y viva para seguir viviendo la vida que ella quiere.
Se involucra en varios proyectos de voluntariado; desde Rumanía a República Checa y salta el charco hacia Venezuela.El camino se va definiendo, se ilusiona, se embarca en nuevas aventuras; cada vez más lejanas y misteriosas.
Asia le marca como nunca otro viaje lo ha hecho antes; con su parte más espiritual e interna. Le inspira tanto que escribe el libro «Andando descalza». Cada viaje aporta lo que aporta; aprendizajes vitales, choques culturales, contactos y amigos de por vida que vuelve a encontrar en la otra punta del mundo, o no.
Su última gran aventura fue visitar con tranquilidad cuatro países de Sudamérica en seis meses; desde Perú a Venezuela, pasando por Ecuador y Colombia. Allí reafirmóque es medio latina, no solo por sus caderas sino por la forma en la que quiere seguir viendo la vida.
En ese camino que es más suyo que nunca cada vez pisa con más decisión, a veces mira atrás pero solo para coger impulso. Esa chica de la que hablo en tercera persona se va transformando, con cada cambio. Esa chica de la que hablo soy yo. Soy todos mis fallos, mis caídas pero también soy todas esas veces que me levanté, que aprendí algo nuevo, que recorrí una calle en la que no había estado nunca, que aprendí adecir hola en un idioma nuevo y exótico para mí.
Solo me queda agradecer a todos los que se cruzan día a día en mi vida, a los que vienen y van, a los que se quedan a mi vera y me ayudan a seguir. A los que me leéis, gracias, y a los que no, pues también.
¡Salud, por muchas décadas más!
Soy y seré el camino.
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